Haroud: la música como resistencia
Crónica
Reportaje
Kurdistán, Siria
Haroud guarda en el celular un video impactante que altera su pulso cada vez que le da play, aunque hayan pasado cinco años. Lo guarda como un registro de tantas penurias, como un recordatorio de lo que fue, de lo cerca que estuvo la muerte, de las posibilidades que aún le quedan por vivir a sus veintiún años. En el video canta con tres amigos; hacen rap en un patio. Están en eso, cuando se escucha un silbido repentino y un misil cae a escasos metros. La cámara sigue prendida registrando los movimientos frenéticos para escapar a ningún lugar, los gritos, los fragmentos que rebotan, el polvo, la violencia del momento, los escombros que golpean, más gritos, el celular y la mano de Haroud que vuelve a temblar. Pone stop. Agradece que puede mostrarlo. Dice que agradece que puede poner stop y mostrarlo; que ya nada es como solía ser, pero… —su frase, que suena con dejos amargos y ásperos, resulta afable al completarse—, …aún tenemos la música.
El cenicero comienza a llenarse y su relato recién comienza.
Haroud es de ascendencia armenia. Su familia pertenece a una minoría entre las minorías. «Por ser cristiano nos consideraban kuffar (infieles); querían que me convirtiera en musulmán, pero me negué; y se volvieron una amenaza para mí.
Antes, mi vida era de alegría. Lo digo con franqueza. Pero entonces… ya saben.»