Viento en contra
Reportaje
Estepa patagónica
Julia prepara polenta sobre la salamandra.
Su casa soporta el castigo de vientos y rapiñas en un desierto gélido: la estepa patagónica argentina. Cientos de miles de hectáreas pedregosas y una soledad desmesurada que solo es interrumpida por alguna casita frágil como la de Peirano y su compañera Julia, que ahora revuelve la comida, elaborada a base de harina de maíz, agua y sal, con un palito de sauce que levantó cerca del corral. Los gansos graznan con insistencia y ella piensa que un zorro o algún cimarrón merodean, abre la puerta y sale en el mismo instante en el que la radio pita marcando las seis de la tarde.
Afuera, ocres incesantes y un cielo plomizo que agobia; hojas secas golpean troncos o danzan en círculo en las esquinas del patio. Adentro, la emisora transmite una predicación acelerada que reprende a bajo volumen y advierte sobre las sendas pecaminosas del consumo desenfrenado de productos que Peirano y Julia desconocen. Él está sentado junto a la mesa, carraspea y apoya su cabeza sobre la mano en un gesto pensativo; ella mira sin ver a través de la ventana: escucha. No hablan.
La polenta está lista y Reina se relame: la perra preferida, que esperaba alimento recostada sobre una butaca vetusta que sirve de trono, baja y sale a comer de la olla que comparte con otros tres perros que torean entusiasmados desde el otro lado del portón. Sus amos cenarán un poco más tarde el único plato fuerte del día: un estofado con trozos de carne, papas, un poco de zapallo, quizá alguna zanahoria.
Cushamen, el pueblo más cercano, es el abasto regional en esta comarca de la estepa donde los habitantes resisten temperaturas mínimas de hasta 35 grados bajo cero. Sus parajes albergan la mayor reserva de comunidades originarias de la provincia de Chubut. Como tantos otros pueblos indígenas del país, los mapuches y tehuelches sufren serias dificultades de acceso a servicios de educación, vivienda digna y salud. “Tuvimos que cortar los álamos así para tener algo de leña”, dice Peirano cabreado, señalando la hilera mutilada. Alza la voz para protestar que si no fuera por los árboles se habrían cagado de frío. Putea; repite que estarían cagados de frío y apunta escatológico contra el Estado: “No nos están ayudando una mierda y encima nos tratan mal”.
El término “geopolítica” es un tecnicismo abstracto para ellos; postes y alambrados —por el contrario— definen fronteras concretas y reducen los espacios que antes supieron desandar con sus animales sin obstáculos artificiales. En Argentina existen más de 600 conflictos de tierra: ocho millones de hectáreas en pugna y una ley que suspendía los desalojos en territorios indígenas, que acaba de ser prorrogada pero aún está en vilo.
La Patagonia comprende ocho provincias. Con una superficie de 1.768.165 kilómetros cuadrados, abarca la mitad de Argentina. Tiene potentisimos recursos energéticos y de subsuelo. Sin embargo, es la región con la menor densidad poblacional del país: poco más de dos personas por kilómetro cuadrado. En la Patagonia entrarían tres españas y media, pero apenas hay más de dos millones de personas que se aprietan en las ciudades. ¿A quién le conviene que el campo se vacíe?