Sonríen para la foto

Crónica

Ilustración: R. Khalil

Viajes solidarios

Impenetrable, Argentina

«Sonríen para la foto. Viajaron cientos de kilómetros —atravesaron Argentina—, para llegar hasta la pequeña comunidad de la etnia Wichi, en el gran chaco formoseño y hacer obra misionera: llevaron donaciones de ropa usada, bolsones de comida, sus estudios bíblicos resumidos para la ocasión; y sonríen.»
En la imagen, una bebé está desconcertada y desnuda. La enjabonan y la enjuagan; la secan. Llora. Tiene la cara roja, pómulos levemente inflamados. Es evidente que no dejó de lamentarse desde que comenzaron a bañarla. Quizá desde antes. La joven rubia que la limpia —pulserita de oro en la muñeca izquierda, uñas esmalte ivory— intenta sacarle un moco. La compañera de tareas ya no le seca el pelo, más bien le sostiene la cabecita para que su amiga logre sacarle el retobado moco

para que no quede tan mal

para que no se vea eso

para la foto,

sonríen.

La composición es pobre, el enfoque forzado y la luz de contra limita el campo visual, de todas maneras se logra distinguir, al fondo, cómo les lavan la cabeza a los hermanos de la pequeña y al resto de mocosos que merodeaban por el lugar. Les buscan piojos. Según parece les da un poco de asco. Al menos es lo que se percibe en sus expresiones: algunas muchachas usan guantes de látex, por las dudas. Otros no, son más osados; ellos —los valientes— ya tuvieron experiencias previas en otras misiones: están calificados; por eso hablan con los jefes comunales y les dan instrucciones. El coordinador del operativo no debe superar los treinta años, pero en tono paternalista reparte consejos a personas que por lo menos lo doblan en edad y podrían enseñarle bastante de fe y supervivencia.

Los viajes de los grupos misioneros son un éxito en universidades privadas denominacionales en Latinoamérica. Se vende la idea como una actividad espiritual extrema, práctica profesional y turismo solidario: un combo imposible de resistir.

Cayó la idea en el momento justo: La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), un organismo que depende de las Naciones Unidas y se concentra en la investigación económica, dio a conocer informes que muestran un incremento sostenido en la tasa de egresados de nivel secundario en la últimos diez años, y la proliferación de universidades, fundaciones, seminarios y academias. La incorporación de alumnos despertó una competencia sin precedentes entre instituciones educativas privadas y ahora vale todo: cualquier moda sirve para promocionarse (ice-bucket en el pasillo, harlem shake en el aula, flashmobs en el patio) mientras aumente la presencia en las redes sociales, vale. Vale publicitarse de la mano con las mismas corporaciones que son caso de estudio por malversación, corrupción y contaminación. Si la multinacional aporta al desarrollo de las ciencias, vale; sin importar que lo haga por interés y limite la libertad académica para poner la institución a su servicio. Si la marca es buena onda, no hay drama, vale. Vale pagar fortunas por un departamento de marketing antes que un sueldo decente a los docentes.

Y si la solidaridad es moda, entonces es útil y hay que crear un departamento de Responsabilidad Social Universitaria; ente de concepción confusa que funciona para hacerse cargo —¿de qué?—, mostrarse políticamente correcto, eliminar sospechas. Y hay que apoyar el viaje de ese grupo de estudiantes a alguna provincia pobre para que lleve ropa y algo de comida y se saquen fotos y las suban a internet y en los posteos se cuelen comentarios sobre las enriquecedoras experiencias que la universidad les ofrece: aventura, caridad y sonrisas. Que lo vean los padres, ese es el nicho.

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