Entre nubes violentas

Crónica | Fotoensayo

Resistencia trans

Reportaje

El salvador

En El Salvador, un país en el que las tasas de homicidios se hallan entre las más altas del mundo, la población trans suele ser una de las más afectadas. Tal vez por eso las palabras de Miriam —confesiones herejes— pueden resultar incómodas. Quizás por eso son esperanzadoras.

Pocos días antes de que se declarase la cuarentena, nos encontramos con Miriam en un bellísimo pueblo del interior salvadoreño. Ya sabíamos que algo grande y muy malo estaba pasando del otro lado del atlántico, pero entonces creíamos que la tempestad pandémica no llegaría. Aún había un mínimo de sosiego, de una tranquilidad en suspenso que nos permitía caminar, sentarnos en la plaza y conversar sobre lo complejo de ser trans en uno de los países más violentos del mundo. No estábamos segures —lo dicho: es una de las regiones donde las tasas de homicidios son brutales—, pero así y todo podíamos estar ahí: yo escuchando, ella contando; les dos ignorando una tormenta aún mayor que ya estaba encima nuestro.

Las tijeras o la calle

Tuve que abandonar mis estudios desde pequeña porque pasaba hambre y debía trabajar. Hice una coraza desde entonces —dice Miriam* al compás del sonido de sus uñas esculpidas sobre la mesa de madera—. Descubrí mi orientación sexual recién en la preadolescencia y a mis 18 años comencé mi transgresión. Al principio me consideraba un chico gay; luego, poco a poco, me di cuenta que no era así. En aquel entonces nos medicábamos sin saber, solo porque otra lo hacía.

Dejar de estudiar es algo que afecta más a la población trans. Es habitual que la gente no respete la identidad sexual; y eso duele. Ahora le llaman bullying y se sabe lo que puede provocar. Antes, las formas de discriminación que sufríamos —nos obligaban a vestir ropa de hombre y a comportarnos como tales— nos herían y no teníamos posibilidad de amparo: si nos lamentábamos, nos castigaban. Si nos resistíamos era peor. Permanecimos años sin consuelo ni defensa. Todos estos son factores expulsivos del ámbito educativo. Y si tampoco hay apoyo familiar, ¡ouf! —repite Miriam— …sin apoyo de la familia… no queda otra. Así es como tantísimas chicas trans se prostituyen. No encuentran otra salida, no encuentran quién las oriente, no obtienen las herramientas que les puede dar el conocimiento. Imagínate: sin estudios, sin un espacio seguro donde estar, sin familia; con hambre, miedo y frustración: la opción inmediata es el dinero que puede ofrecer un cliente a cambio de sexo. A este combo debes agregar que las opciones laborales son escasas para una joven trans. Aquí ni siquiera se considera a nivel legislativo el cupo laboral para nosotras.

Dejé de estudiar, pero tenía que comer. Y en mi caso, lo más viable, fue el mundo de la estética. Supe que este rubro podría darme una chance para vivir con dignidad porque, entre otras cosas —¡vaya particularidad!— la población en general lo considera aceptable. O eres peluquera, diseñadora de modas, esteticista o te prostituyes.

—¿Era lo que soñabas ser?

—…Pues [suspira, se muerde el labio, mira hacia el cielo] …me encanta lo que hago, aunque me habría gustado ser psicóloga. El acceso a la universidad nacional es limitadísimo. Quise inscribirme en la universidad católica, pero no me admitieron por mi identidad. ¡qué curioso, ¿no?! Quienes predican el amor y la paz, se contradicen en la práctica. Homofóbicos y transfóbicos hay por todas partes; pero en la religión afronté la intolerancia más violenta.

 

 La fe trans

Quiero desnudarme del miedo,
de la apatía.

Soy creyente. No practico una religión específica, pero creo en un Dios de amor.

Siento que las reacciones transfóbicas y la discriminación de quienes dicen ser cristianos, son producto de la ignorancia. Que nos apunten como los hacedores del peor pecado del mundo indica su mala interpretación de la Biblia.

—Y vos, ¿cómo la interpretas?

—Yo le oro a un Dios de amor, que sé que me escucha. Él no vino por los santos, vino a buscar pecadores. Y sé que me ama. Incluso, podría escuchar a un pastor que venga a predicar lo contrario. Lo escucharía y lo respetaría, pero también le pediría que respete mi decisión. Si todos vivimos en pecado, ¿por qué excluir a un grupo? Cristo dio el ejemplo de no discriminar. Así lo interpreto y es lo que me basta. Es una cuestión de fe, está claro. Otros pueden tener fe en objetos, yo la tengo en un ser trascendental, que puedo percibir en mis meditaciones a diario, por ejemplo. Y no es que me ponga de rodillas a cada rato, pero sí es una actitud de agradecimiento por su compañía..

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Las puertas sagradas