Eric está del otro lado del mundo y suele mensajearme de madrugada porque tiene desfasaje horario.
Tiempo atrás me envió un link y dijo que se sintió raro después de ver la galería de fotos. Aquel día, abrí el enlace y comencé a pasar las imágenes, ampliando alguna, haciendo scroll-down. Quise ver la galería nuevamente, pero debía llevar a mis hijos a la escuela. Peiné a Liev, cargué la botella de agua de Ilanit. Abrí distraído la puerta. El pequeño salió cantando en voz baja, mi hija practicaba tablas para su examen; yo seguía pensando en los Rohingya.
Subieron al auto. Liev exhaló sobre el vidrio y continuó tarareando mientras garabateaba con el dedo. Ilanit me miró por el retrovisor:
—¿Qué pensas, pa?
Pienso que no quiero ser un maldito voyeur del sufrimiento. Un mirón, un simple mirón que los ve ahí todos sucios con frío y pena y rabia y no quiero ser uno más que ve y se va al carajo. El supuesto buen padre que la dejará pasar, total qué mas da, si están lejísimo y no tienen nada que ver con nosotros. O peor: el tipo que ayuda con unos pesos para aliviarse, para olvidar en paz. Y que no debo escribir enojado —pienso— en la cara del editor consagrado que ayer aconsejaba que si uno está enojado es mejor no escribir y enumeraba su sabiduría y entonces que mejor no escriba, pero qué ganas tengo y me da igual que el experto diga que no, si total ahora está lleno de especialistas: genios en la crianza de hijos; consejeros de parejas; coaches personales; profesionales de la espiritualidad; asesores en control del estrés; licenciados en todas las artes de la prosperidad; tutores guías mentores que nos dicen qué hacer – cómo hacer – cuándo hacer, porques-paraques-ques.
—Pienso en unas fotos que vi hace un rato, amor. Unas fotos muy tristes.
¿Cómo explico que el humanitarismo también se instrumentaliza?
¿Cuánto tiempo llevaría describir que la imagen estándar del buen samaritano blanco ayudando a gente negra o pobre, indefensa, desgraciada, también puede tratarse de un montaje paradigmático?
¿Cuál caso—entre cientos— será el más adecuado para poner en evidencia el daño que provocan los buscadores de adeptos en las desgracias ajenas?
¿Qué ejemplo —entre cientos— uso para mostrarles lo peligroso que es publicar eufemismos como “causa humanitaria” para referir a operaciones militares?
¿Habrá una forma sencilla de mostrar que la solidaridad está estructurada por tradiciones culturales y religiosas; y eso la vuelve vulnerable a la corrupción y a la manipulación?
¿Qué medio será apropiado para exhibir las causas estructurales de las crisis?
¿Cuándo hablamos de crisis, pensamos en su resolución o simplemente en culpabilizar a quien consideramos adversario?
No pocos autores aseguran que aceptar con pasividad un sistema corrupto e injusto es cooperar con ese mismo sistema. De todas maneras, no creo que el activismo online, el clicktivismo (“un click para salvar el mundo”) o el slacktivismo —que es el término más adecuado por hacer referencia al activismo de los slackers: los holgazanes— sea una respuesta que nos ayude a achicar las brechas de desigualdad. Si no sanamos las pautas de comportamiento actual, los desequilibrados escenarios sociales serán cada vez inquietantes.
Pienso en la frase de Tolstoi: “Mientras los hombres sean incapaces de resistir a las seducciones del miedo, del lucro, de la ambición, de la vanidad, que humillan a unos y depravan a otros, formarán siempre una sociedad compuesta de violadores, de impostores y de sus víctimas”.