Semanas atrás, el día en que dejaba Honduras luego de una cobertura, nos robaron en Comayagua.
Esa misma noche, angustiado en el aeropuerto, escribí una entrada en mi cuaderno de viaje:
Vas a leer algo triste una vez más, y yo no quiero escribirlo.
Tengo adoloridos los pies. Llevo un par de días con las alpargatas precarias que compré en un puestito a la vera de la ruta en Piedra del Águila, porque imaginé que podría utilizarlas ahora. No creí que la tierra sería tan dura estos días.
Estoy agotado.
Tengo un cansancio compacto, concreto, que me esta lastimando.
Por la tarde, de camino, le pedí un renglón de internet al conductor de la camioneta. Iba mirando por la ventana y una sensación de agobio y pena me tomaron desprevenido, así que le envié un mensaje a uno de mis amigos íntimos. Le dije que necesitaba hablar con él; que estaba entrando a Territorio Comanche (en jerga periodística se designa así a un espacio inseguro, tierra de nadie, desconocido e inestable). Me refería a mi estado emocional. Alcance a decirle que estoy frágil.
Hice una pausa.
Luego le comenté al pasar lo que veía afuera, le envié un par de fotos e hice una reflexión apurada en base a impresiones sobre la desigualdad.
A la hora nos robaron.
Hice cuanto pude e intenté —todo este tiempo— mantener la compostura.
Aún lo hago.…aunque me siento débil. Agotado. Con bronca y dolor.
Escupí un par de ideas ni bien llegamos al aeropuerto:
No te odio por robar, pero te llevaste más —mucho más— que mis herramientas de laburo. Ahí fueron años de esfuerzos.
¿Lo hiciste por falta de oportunidades? ¿Por la miseria que te rodea?
Yo vine porque también la pasé. Yo tampoco tuve. También me faltó. Tampoco me la facilitaron.
También la pasamos mal. Tampoco nos dieron. También-tan-poco.
Vine porque aún veo la inequidad y lo injusto me duele como esto, hermano.
Yo también soy latino, viví en esa casa de chapa; la viejita desabrigada fue mi abuela; el carro roto era para mi changa de mañana; usé la letrina del fondo del patio; comí lo mismo, me frustré parecido, vine para dar una mano.
Estábamos en el mismo morro, pero me empujaste al borde.
No te odio, pero te llevaste mis ganas de volver.
¿Es lo que querías?
Estoy esforzándome para no desarmarme. Tengo que cuidar a los chicos y chicas acá; mostrarme entero.
…pero me estoy derrumbando por dentro.