BitácoraNovember 05, 2023

Una escena de dolor duplicado

Una madre sostiene sobre el regazo a su pequeña Natasha, de cinco años, en el momento preciso en que un enfermero le inyecta anestesia en el rostro. 

Esa es la primera imagen para intentar narrar el éxodo migrante centroamericano. Una escena de dolor duplicado: La niña grita y la madre mira hacia arriba para soportar la impresión que le produce ver y escuchar a su pequeña desgarrada de dolor.

 

Quienes hemos atravesado algo semejante con un hijo sabemos que ese trance dejará una marca imborrable, como la cicatriz en la cara de Natasha.

Los sonidos lacerantes del dolor ante cada puntada de los ocho puntos de sutura permanecerán en su versión dura y punzante, como la roca que la hirió. 

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Los psicólogos que tratan el estrés postraumático saben que, más que otras sensaciones, los recuerdos que se activan con el olfato y el oído tienden a prolongarse en el tiempo. Por eso, para evitar brotes, trabajan sobre los mecanismos mentales que se activan con un bocinazo, un portazo o cualquier grito. 

Si la lesión de la niña hubiera sido apenas unos centímetros más arriba «podríamos estar hablando de una persona muerta», decía José Luís Fernández, enfermero que atendió, limpió la herida y la suturó como pudo.

Natasha se había resbalado de los hombros de un hombre que la cargaba en uno de los tantos trayectos hostiles de esta ruta migratoria; y se hizo el corte al caer sobre una roca de punta. 

Así de frágiles son las vidas de estas y otras tantas miles de personas que dejaron atrás sus hogares. 

«Los registros indican que se quintuplicó el número de entradas irregulares en el Darién en el primer semestre, comparado al mismo período del año pasado. Además, como indican las cifras, en lo que va del año ya se superó la brecha de 350.000 personas que cruzaron la selva». 

En el avión que nos trajo desde Medellín a la región norte de Colombia, frontera con Panamá, había tres clases de pasajeros (que frecuentan vuelos a rincones como este, que le hace honor con el nombre: Apartado): unos tipos colombianos con gafas oscuras tan caras como los relojes que portaban, de tipificación un tanto confusa para mi que, si me dejara llevar por las primeras impresiones, podría decir que se trataba de guardaespaldas de cantantes de reggaetón, por ejemplo y en la más sana de las conjeturas. 

Luego comerciantes varios acompañados por jovencitas de uñas esmaltadas a todo color y pelo teñido de rubio. 

Y por último, trabajadores humanitarios de diferentes siglas: los de la FLM (Federación Luterana Mundial, a quien es la primera vez que veo en terreno), los de la NRC (Norwegian Refugee Council); nosotros dos (Julián, responsable de Logística y yo) que representaríamos a ADRA; gente de ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) y los de la Samaritan’s Purse. Estos últimos solo hablaban vociferando en inglés y ni bien se sentaron en los asientos contiguos, prendieron sus Iphones: uno con una serie descargada de Netflix sobre espías. Otro que scrolleaba fotos y videos de TikTok con los megas previos, y uno más que revisaba acciones en su app de finanzas. 

Todos los pasajeros de la clase humanitaria venimos —se supone— a dar una mano. Las dos —¡ojalá!—, o ninguna, según el caso. 

Y pienso en lo que decía un colega que lleva años viviendo y cubriendo la región: «Generalmente los ricos cruzan estas fronteras sin sobresaltos con sus papeles en mano, mientras que los pobres deben reptar, correr, saltar, trepar y esconderse».

La galería de fotos (del excepcional Federico Ríos) en la que se ve la imagen de la pequeña Natasha llorando de dolor en la sutura, cierra con la niña ya dormida sobre el regazo de su madre. Luego de horas de sufrimiento en el Centro improvisado de Salud, tras larguísimos días extenuantes a través de los caminos selváticos, a merced de las inclemencias climáticas y la violencia en formas sospechosas o directamente crueles. 

Algo terrible ocurre para que huyan. Algo muy profundo. Toda la región se convirtió en un territorio centrífugo. Las familias se desmembran, se lastiman, se desgarran por un futuro incierto.

Y esto recién comienza para ellas.

Comments

  1. Santiago

    5 November, 2023

    Uff.. gracias por traer la realidad una vez más a mi conciencia.. excelente trabajo periodístico.

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BitácoraJune 23, 2023

La mano de Rory Peck

Este año sufrí el robo de mis equipos en Comayagua, Honduras. Escribí sobre aquel episodio triste acá.

Las cosas se habían puesto feas.

Si para un periodista freelance es particularmente difícil conseguir los equipos para realizar los trabajos que nos asignan, a los latinoamericanos —con nuestras monedas depreciadas— lo es incluso más. 

Pero hoy traigo buenas noticias y dos agradecimientos: ¡no sólo volví a aprovisionarme, sino que mejoré mi equipamiento! 

Mai, mi hermana, activó una campaña —a mis regañadientes—. Insistió y obtuvo fondos para ayudarme. 

Mai siempre está. Me cuida desde la infancia precaria allá en el Sur. Me acompañó en los momentos más complicados y los más felices de mi vida. Es una fuente de consejo tan constante como su afecto. Solo puedo resumir mi gratitud diciendo que anhelo para mis hijos el mismo vínculo de hermanos.

Luego, la Rory Peck Trust Foundation me seleccionó y otorgó un grant de asistencia con el que pude financiar la compra de nuevos equipos.

Desde ya, que me eligieran es un honor. Una responsabilidad y un honor. No abundan las posibilidades desinteresadas de recibir fondos para continuar con el oficio. Me anima que una entidad de referencia me haya tenido en cuenta. 

¿Qué es Rory Peck Trust?

Es una entidad que proporciona apoyo práctico y financiero a los periodistas autónomos y a sus familias en todo el mundo, asistiendo en tiempos de crisis y ayudándoles a trabajar de forma más segura y profesional.

«Creemos que los trabajadores independientes desempeñan un papel importante e integral en la recopilación de noticias y consideramos que el papel del Fondo en la protección y el apoyo a los mismos es una contribución práctica y significativa al periodismo independiente y a la libre circulación de la información. 

El Rory Peck Trust se creó en 1995 en memoria del camarógrafo independiente Rory Peck, que fue asesinado en Moscú en 1993. 

El Trust es totalmente independiente.»

El legado de Rory

Rory Peck fue uno de los más hábiles y respetados camarógrafos independientes de su generación, que capturó algunas de las imágenes de noticias más duraderas de finales del siglo XX.

Rory cubrió la primera Guerra del Golfo, las guerras en Bosnia y Afganistán y los numerosos conflictos armados que siguieron a la disolución de la Unión Soviética, donde se trasladó con su esposa Julieta y sus cuatro hijos después de cubrir el golpe contra Gorbachov.

Fue uno de los cada vez más numerosos operadores de cámara que trabajaron de forma independiente, suministrando imágenes a una serie de organizaciones, incluyendo la BBC y la ARD. 

Rory fue asesinado en Moscú en 1993 mientras trabajaba. Había estado filmando un feroz tiroteo en las afueras de la estación de televisión de Ostankino durante el golpe de octubre de Rusia y fue atrapado en un fuego cruzado. Después de su muerte, Rory fue premiado con la Orden por Valor Personal por el entonces presidente Boris Yeltsin.

El Rory Peck Trust fue creado en memoria de Rory en 1995 por Juliet y un grupo de amigos cercanos para proporcionar apoyo a las familias de los operadores de cámara independientes. El Trust se ha convertido en una organización internacional que apoya a todos los periodistas independientes.

Acá podés leer a Juliet Crawley Peck, la viuda de Rory, quien escribió el siguiente artículo sobre Rory, la vida después de su muerte y su decisión de crear el Trust.


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Las próximas coberturas serán realizadas gracias a su legado; gracias a la existencia de este tipo de oportunidades que respaldan a quienes estamos en los márgenes: los periodistas freelance.

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BitácoraJune 07, 2023

Doy fe

No creo.

Lo dije hace algún tiempo ya. Dije que no creo más como lo hacía antes, pero tampoco creo ser ateo. No lo soy, para ser franco. Mucho menos cuando estoy cagado de miedo o al borde de abismos, de precipicios como los mentales —que dan un vértigo mudo y violento—. Ahí trato de aferrarme e imploro, aunque a veces parece inútil como plegaria ante turbulencias aéreas. 

No lo es: la oración no mantendrá en vuelo al avión, pero sí me da refugio mental, algo parecido a una base espiritual de la cual asirme. Y eso es más que suficiente para no morir de terror.

Nada que ver con lo que iba a escribir. Doy vueltas, lo sé. Pero sirven, te aseguro. Mirá: lo que iba a decir es que acabo de leer el newsletter de una colega: «renuevo mi compromiso con la profesión que elegí. Soy redactora, el cargo más bajo de la escala jerárquica dentro de una redacción. […] Ni una sola vez pedí un ascenso. Tampoco me lo ofrecieron. No importa. Yo tomé la comunión con el oficio y voy confirmar la fe».

Y da sus motivos.

Es excelente lo que dice. Es tan bueno que me convoca a dar los míos. Me anima a repensarlos y escribirlos.

Aunque ya no creo de esa manera dogmática, entiendo —comprendo cabalmente— la analogía religiosa. Por eso también abro la boca, agarro yo mismo la hostia (que jamás comí en la literalidad) y pruebo. Tomo mi primera comunión periodística.

Voy lento. Y no es porque esté con más peso que antes —que también— y menos capacidad atlética. Sino porque no me interesan las carreras de velocidad. En Angular corremos fuera de pista, a campo traviesa, las de resistencia. No me interesa enchufar el micrófono, el lápiz o la cámara a alguien, a las apuradas. Mucho menos lo que sale de ahí. Prefiero el encuentro, pasar un rato, tomar mate y charlar. Estar para entender.

Renuevo los votos porque entendí que hace falta otro tipo de música. Si ahora se escucha trap, y lo que pega es el reggaetón, déjenme crear listas que se llamen «Estación Sudamérica», «3/20» o «llovizna a media tarde». Aunque no vendan. Y con más razón. Son ritmos que necesitamos recuperar: otras formas válidas de informarse. No todo tiene que ser grito, show y polémica. 

Digo que sí, que sigo queriendo. Aunque nos paguen poco y mal. Tampoco debe ser así, pero digo que sí al periodismo porque me convoca. Porque debido al oficio leo más y decido hacerlo. Nadie me obliga (algo que también aprendí leyendo), lo disfruto.

Las palabras explican, dan sentido. El sentido está en las palabras. 

Y gracias a ellas me acerco a la gracia, que puede aparecer en un poema por ejemplo:

      puedes abrir con un suspiro

            la puerta que haya cerrado el huracán.

 

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Sobre el final del boletín, mi colega dice que lo que le gusta del periodismo es que la pone frente a personas que están en las antípodas de sus valores (y ellos jamás lo sabrán). Coincido.

¿Dónde más me llevó el oficio? 

La pulsión nómada y las letras me impulsaron a recorrer Latinoamérica, aunque aún no haya llegado a Solentiname. Me permitieron alcanzar el objetivo de trabajar en zonas en conflicto como Siria e Irak, aunque aún quede en el listado mi anhelado Afganistán. Me llevaron a cumplir sueños, despierto; a saber que otros no logran cumplirlos porque viven pesadillas. 

«Al Poder hay que ir a desenmascararlo, sacarle el velo», dice ella. De eso se trata el Periodismo que celebro. Pero también hay que asumir el riesgo que eso implica.

Lo asumo, —me digo en oración. Aunque mi voz a veces suene como una plegaria llena de eclipses y distancias, confirmo mi fe en el oficio. Me entrego —una vez más— a la causa. 

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