No creo.
Lo dije hace algún tiempo ya. Dije que no creo más como lo hacía antes, pero tampoco creo ser ateo. No lo soy, para ser franco. Mucho menos cuando estoy cagado de miedo o al borde de abismos, de precipicios como los mentales —que dan un vértigo mudo y violento—. Ahí trato de aferrarme e imploro, aunque a veces parece inútil como plegaria ante turbulencias aéreas.
No lo es: la oración no mantendrá en vuelo al avión, pero sí me da refugio mental, algo parecido a una base espiritual de la cual asirme. Y eso es más que suficiente para no morir de terror.
Nada que ver con lo que iba a escribir. Doy vueltas, lo sé. Pero sirven, te aseguro. Mirá: lo que iba a decir es que acabo de leer el newsletter de una colega: «renuevo mi compromiso con la profesión que elegí. Soy redactora, el cargo más bajo de la escala jerárquica dentro de una redacción. […] Ni una sola vez pedí un ascenso. Tampoco me lo ofrecieron. No importa. Yo tomé la comunión con el oficio y voy confirmar la fe».
Y da sus motivos.
Es excelente lo que dice. Es tan bueno que me convoca a dar los míos. Me anima a repensarlos y escribirlos.
Aunque ya no creo de esa manera dogmática, entiendo —comprendo cabalmente— la analogía religiosa. Por eso también abro la boca, agarro yo mismo la hostia (que jamás comí en la literalidad) y pruebo. Tomo mi primera comunión periodística.
Voy lento. Y no es porque esté con más peso que antes —que también— y menos capacidad atlética. Sino porque no me interesan las carreras de velocidad. En Angular corremos fuera de pista, a campo traviesa, las de resistencia. No me interesa enchufar el micrófono, el lápiz o la cámara a alguien, a las apuradas. Mucho menos lo que sale de ahí. Prefiero el encuentro, pasar un rato, tomar mate y charlar. Estar para entender.
Renuevo los votos porque entendí que hace falta otro tipo de música. Si ahora se escucha trap, y lo que pega es el reggaetón, déjenme crear listas que se llamen «Estación Sudamérica», «3/20» o «llovizna a media tarde». Aunque no vendan. Y con más razón. Son ritmos que necesitamos recuperar: otras formas válidas de informarse. No todo tiene que ser grito, show y polémica.
Digo que sí, que sigo queriendo. Aunque nos paguen poco y mal. Tampoco debe ser así, pero digo que sí al periodismo porque me convoca. Porque debido al oficio leo más y decido hacerlo. Nadie me obliga (algo que también aprendí leyendo), lo disfruto.
Las palabras explican, dan sentido. El sentido está en las palabras.
Y gracias a ellas me acerco a la gracia, que puede aparecer en un poema por ejemplo:
puedes abrir con un suspiro
la puerta que haya cerrado el huracán.
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Sobre el final del boletín, mi colega dice que lo que le gusta del periodismo es que la pone frente a personas que están en las antípodas de sus valores (y ellos jamás lo sabrán). Coincido.
¿Dónde más me llevó el oficio?
La pulsión nómada y las letras me impulsaron a recorrer Latinoamérica, aunque aún no haya llegado a Solentiname. Me permitieron alcanzar el objetivo de trabajar en zonas en conflicto como Siria e Irak, aunque aún quede en el listado mi anhelado Afganistán. Me llevaron a cumplir sueños, despierto; a saber que otros no logran cumplirlos porque viven pesadillas.
«Al Poder hay que ir a desenmascararlo, sacarle el velo», dice ella. De eso se trata el Periodismo que celebro. Pero también hay que asumir el riesgo que eso implica.
Lo asumo, —me digo en oración. Aunque mi voz a veces suene como una plegaria llena de eclipses y distancias, confirmo mi fe en el oficio. Me entrego —una vez más— a la causa.