Tiempo atrás presenté «Sin piedad» en Tucumán (Argentina) gracias al aguante de un colega que aprecio y que me parece una de las plumas más destacadas de la actualidad: el Pollo Svetliza.
Me hizo una entrevista para El Tucumano. Salió esto:
Ha recorrido Latinoamérica y parte de Medio Oriente para contar desastres naturales, crisis humanitarias y conflictos armados. El cronista Migue Roth llega a Tucumán para presentar su libro “Sin piedad” donde aborda las zonas más oscuras de la realidad sudamericana.
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Las ruinas que dejó uno de los terremotos más terribles de la historia de Ecuador. La inmensidad estéril de la estepa patagónica. La música como forma de sobrellevar el paso de la guerra en Medio Oriente. Migue Roth es un cronista nómada que ha transitado por distintos rincones del mapamundi siempre con la premisa de contar esas experiencias. Con ese afán se alistó años atrás como misionero para recorrer una Sudamérica desconocida. Anduvo por barrios populares de Paraguay, por las populosas ferias bolivianas, por ríos amazónicos y entre despojos materiales y humanos que dejan a su paso los grandes desastres naturales. Migue estuvo ahí para ver, oír, vivir y después retratar esas vivencias. De eso se trata “Sin piedad. Viaje a las sombras de la compasión sudamericana”, el libro de periodismo narrativo que presentará el próximo jueves 30 de septiembre a las 20 en el auditorio del Centro Cultural Virla (25 de mayo 265). El evento será con entrada libre y gratuita y además del diálogo con el autor se proyectarán audiovisuales.
En sus viajes a través del continente, el autor descubrió una Sudamérica muy distinta de aquella que retratan las revistas de la National Geographic que leía de niño. Su mirada se aleja de los estereotipos para poner la lupa sobre cómo funciona la caridad, la solidaridad y la compasión en estas latitudes. Su trabajo tiene la profundidad del ensayo etnográfico y la calidad narrativa propia de la tradición de la crónica latinoamericana: “Salí solo, años atrás, convencido de que era el momento de caminar los paisajes y palpar, también, el lado oscuro del continente; como tantos otros amigos latinoamericanos, quería recorrer los lugares difíciles, no trillados, y ayudar —en lo que pudiera— a quien estuviera sufriendo, pero no tenía dinero. Había ahorrado en pesos argentinos: nada. La solución llegó bajo el título del voluntariado. Conocí propuestas sociales de grupos religiosos y oenegés con proyectos humanitarios que necesitaban mano de obra joven y entusiasta. Me alisté y serví. Las charlas transcritas dan cuenta de mis encuentros en el camino con personas, lugares y conceptos que sacudieron mi visión de Sudamérica, la manera y las ideas en las que creía”.
Migue Roth nació en 1985 en la Patagonia, aunque se define como nómada. Se graduó en Comunicación y en Fotoperiodismo; se especializó en “Periodismo en las crisis humanitarias”. Desde hace varios años trabaja como freelance y como docente universitario. Es además editor y fundador de la plataforma de periodismo narrativo Angular. Durante los últimos años realizó reportajes para agencias y medios internacionales con el foco puesto en las problemáticas sociales latinoamericanas y sus transformaciones. Además de sus coberturas en desastres y crisis por todo el continente, viajó a Oriente Medio y fue uno de los pocos periodistas de habla hispana en tener acceso a Rojava (Kurdistán sirio), recién liberado del autodenominado Estado Islámico, donde documentó la vida de los artistas de la resiliencia.
– ¿Cómo describirías al continente que revela tu libro? ¿Qué es lo más sorprendente que encontraste en ese viaje que retrata Sin piedad?
– En el libro se habla de Sudamérica, tan vasta e inabarcable que pretender hacer una descripción mayúscula sería fútil. Ni hablar del continente. Hay tantos matices y formas que nos desborda desde donde la miremos.
Me pasa por ejemplo ante la inmensidad de la estepa patagónica, cada vez que tengo oportunidad de visitarla. Y ante ella —ante lo descomunal— solo queda aferrarse a lo asible, a un punto de apoyo, a una pequeña piedra al menos. Desde allí narro. O lo intento. Desde las historias mínimas que suelen ser ignoradas. No son piedras de un palacio ni de una iglesia —diría León Felipe—, sino piedras pequeñas, que ruedan, que están hechas tal vez para una honda.
¿Qué fue lo más sorprendente del viaje? Que cada lugar, cada barrio de una mega-urbe o pueblo guarda un potencial de fascinación y conocimiento extraordinarios; hay alfabetos en las prácticas cotidianas y en las creencias de quienes habitamos estos territorios, que asombran. Códigos que podemos explicar con un poco más de precisión solo los sudamericanos.
– Una de las preguntas centrales que atraviesa la obra es: ¿Puede dañar la bondad? ¿Qué respuestas encontraste para esa interrogante?
– A lo largo de los años de viajes y coberturas fueron surgiendo preguntas con insistencia. Las charlas transcriptas en mis cuadernos de viaje dan cuenta de mis encuentros en el camino con personas, lugares y conceptos que sacudieron mi visión de Sudamérica, la manera y las ideas en las que creía. Creía que la compasión, la caridad o la solidaridad eran la respuesta a tanta penuria; pero asomaron dudas. En uno de mis bitácoras anoté: “sé bien que no quiero solo respuestas apuradas para mis inquietudes bastardas”.
Hoy siento que, más que respuestas definitivas, obtuve preguntas más certeras. Aunque también comprendí que la práctica de la compasión y el ejercicio de la piedad, son insuficientes.
– ¿Qué hay de mitología y qué de real en las formas en que se ve y se piensa a Sudamérica?
-En la introducción de “Sin piedad” cuento que las andanzas por Sudamérica me llevaron a un viaje mayor y sin retorno que sirvió para desmentir las postales que mostraban las viejas National Geographic y Travel de mi tío. Son revistas que me encantaban —que me siguen gustando— por la temática, solo que allí solían aparecer retratos y crónicas siempre con un enfoque foráneo, caucásico, patriarcal. No lo percibía en mi adolescencia, fueron largas lecturas y conversaciones posteriores las que me permitieron notarlo.
Hoy la mirada exterior desde la que se cuenta Sudamérica se fue aggionarno, las plumas blancas —europeas o gringas— son más cuidadosas con la dignidad de las personas (incluso más que las locales, en numerosas ocasiones); pero continúan los enfoques paternalistas o que pecan por desconocer las maneras de vivir —los códigos, esos alfabetos— de barrio sudaca, o de pueblo adentro. De todas maneras, esas ideas falsas (la mitología que se empata con el estereotipo) se repiten en el extranjero y las aplicamos entre países fronterizos, de la misma manera en que los principales medios argentinos cuentan todo desde la lógica porteña.
-En base a tu experiencia, cómo pensás las relaciones entre cultos religiosos y política en el contexto latinoamericano actual.
-El vínculo es innegable, solo que a lo largo de la historia también fue incuestionable. En las últimas décadas surgieron objeciones más o menos concientes a las relaciones entre los poderes político y religioso. De todas maneras, quienes los representan han adaptado sus premisas y —a diferencia de quienes creen que la religión “ha muerto”— se han afianzado en sectores ahora más intransigentes. Creo que lo demuestran los fenómenos como la vigencia de diferentes formas de fanatismo, casos como el triunfo de Bolsonaro y su discurso cargado de connotaciones evangelísticas; los argumentos empleados por la iglesia católica y el movimiento autodenominado “Pro vida” para impedir la legislación de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, o las nuevas configuraciones religiosas de otras poblaciones sudamericanas.
– Vos participaste de muchas misiones humanitarias: ¿cómo ves a las diferentes acciones humanitarias que se desarrollaron en la pandemia?
– En pandemia hubo un desaceleramiento agudo de la cooperación internacional; y esto provoca desequilibrios brutales porque hay regiones y países enteros que dependen de ella. ¿Está bien que sea así? Digo, que exista esa dependencia. Claro que no. Pero es peor el egoísmo. Y es lamentable que los gobiernos hayan optado por la política del “sálvese quien pueda”, cuando lo que más se requiere ante situaciones de emergencia es la cooperación mutua.
No pretendo meterme en un tema que daría para hablar (con solo decir que las vacunas siguen teniendo patente, podríamos entretenernos largo rato), lo cierto es que los peores desequilibrios producidos por la gestión pandémica aún son intangibles (por la configuración misma de las crisis —llamadas “de largo aliento”—), y no aparecen en los titulares porque no son sexys desde lo mediático. Entonces las ignoramos, quedan al margen: son historias marginadas. Y dejan de importar. ¿Cuándo fue la última vez que leíste un informe completo sobre la hambruna en el Sahel? ¿Sabías que el Mediterráneo es la fosa común más grande del planeta? ¿Y que la migración y el desplazamiento forzado actual es el peor de la historia?
Como contraste, las iniciativas humanitarias de corte comunitario fueron eficaces y volvieron a demostrar que —sin descuidar el contexto mayor— es necesario repensarnos como sociedades desde lo local.
– Como alguien que ha seguido de cerca los conflictos en medio oriente, cómo ves la situación con el régimen talibán en la actualidad.
– Afganistán fue y es un puente entre Asia, el lejano oriente, y Europa. Era el punto de conexión para viajeros y comerciantes, para caravanas que iban y venían a India, a China, a Arabia, a Persia, a Occidente. Desde lo geopolítico —ya lo sabemos—, fue pretendido por cuanto imperio hubo. Desde Alejandro Magno hasta hoy, no hay potencia extranjera que haya puesto un pie en el país (sin ser luego “expulsada”). Y es aquí donde comienzan a aparecer preguntas: ¿cómo es ese pueblo que resiste y resiste, en entornos así de hostiles, críticos y violentos? ¿qué sucede con el ciudadano de a pie, con el poblador promedio? ¿qué pasa con los miles y miles que no llegaron a Kabul? Afganistán tiene más de treinta millones de habitantes. ¿Qué pasa en Kandahar, al Sur? ¿Qué pasa en Mazar-e Sarif, al norte? ¿Y en Herat, al oeste? ¿y Jalalabad, al este? ¿Qué pasa en el Panjshir? ¿Qué pasó para que el Talibán llegara al poder tan pronto? ¿Es cierto que hay enormes porcentajes de la población que los apoya? ¿Cómo es posible? ¿De dónde surgen? ¿Qué fueron esas grabaciones de jóvenes talibán jugando en autitos chocadores o en viejos parques de diversiones? ¿Qué nos dice eso de ellos? ¿Cuánto sabemos de dónde vienen? ¿Cuánto sabemos de sus infancias en campos de refugiados? ¿Conocerlos es justificarlos? ¿O nos permitiría comprender con más claridad cómo contrarrestar la violencia?
Por otro lado, ¿cuáles son las intenciones de China? ¿Por qué, con mucha cautela y fuera de todos los micrófonos, fueron los primeros en acercarse a los líderes Talibán una vez en el poder?
¿Por qué los norteamericanos apresuraron la salida y dejaron decenas y decenas de arsenales en el camino, sin destruir?
Hay que seguir con el foco en Afganistán, mirar aquel territorio y a su gente que tienen —desde el dolor, la fragilidad y el valor— mucho por mostrarnos. De todas maneras, tenemos el lente uno o dos puntos desenfocados. Y eso limita seriamente nuestra comprensión. Se nos están escapando preguntas de peso: ¿Sabías que hay miles de personas aprisionadas en la frontera con Pakistán? ¿Qué sucederá con el éxodo de migrantes hacia Europa? ¿Lo volverá a aprovechar el gobierno de Turquía para extorsionar a las potencias europeas?
Secuestrados a medianoche
Tiempo atrás tuve la oportunidad de editar la apasionante historia de Victoria Duarte de Dos Santos.
Conocí lo que le había sucedido cuando era niño, allá en la Patagonia. Ella, junto a su familia, se habían mudado a Bariloche y relataron los hechos.
Su historia me parecía fascinante. Recuerdo que la habían grabado en una de sus conferencias, y en casa tenía el cassette de aquella grabación que ponía cada dos por tres en el reproductor para volver a escuchar.
Nos hicimos muy amigos. Esa amistad se tornó en hermandad con los tres hijos de la pareja: la negra —Jessi—, y los negritos: Gabi y Joelo. Desde nuestras infancias, siempre le decíamos a Vicky que tradujera la historia de su secuestro en Angola (inicialmente se había publicado en alemán). Pero pasaban los años, y con el trajín de los laburos lo postergaba.
Al terminar la universidad y luego de mis experiencias periodísticas, me acerqué al universo editorial. Fue entonces cuando insistimos nuevamente; Vicky se animó y encontró el tiempo para sentarse a revisar viejos manuscritos y juntar sus memorias.
Sinopsis
Ella había viajado para trabajar como enfermera voluntaria en Angola. Pero, como si la distancia del hogar y las incomodidades propias de un entorno precario no fueran suficientes desafíos, se enfrentó a una privación aún más difícil: la de la propia libertad.
Durante su tiempo como rehén en medio de la guerra angoleña, esta misionera padeció no solo necesidades físicas que empujaron sus límites más allá de lo imaginable, sino también la incertidumbre de no saber qué pasaría con su vida y la de sus compañeros de misión, también secuestrados.
A lo largo de incontables kilómetros, entre selvas, montañas y arroyos, y mientras luchaba por sobrevivir bajo un sol abrasador en el día o un frío penetrante en las noches, Victoria aprendió lecciones valiosas de carácter, empatía y supervivencia. También palpó de una manera singular el carácter del Dios a quien, desde pequeña, soñaba servir.
“Secuestrados a medianoche” no es solo un manual de advertencias y lecciones para una experiencia misionera extrema. También es un relato en el que las aventuras se mezclan con reflexiones que surgen desde convicciones y necesidades profundas. Y el suspenso, muchas veces, es la luz que alumbra a un Ser superior.
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¿Dónde conseguirlo?
Lo vende la editorial ACES.
También está publicado en inglés, por Pacific Press.